24 agosto, 2005

Lo bello y lo triste de viajar


1) Me gusta viajar por curiosidades como descubrir que el murciélago puede ser considerado un animal que trae buena suerte, que es posible contemplar sincrónicamente siete lunas desde el pabellón de reposo de un palacete chino -donde la entrada a cada uno de los aposentos se realiza por escalones ya que: a) ahuyentan a los malos espíritus b) evitan que los pudientes corran y pierdan así la compostura c) facilitan el arqueo de los invitados al franquear el umbral, contribuyendo así a mostrar el pertinente gesto de respeto a los anfitriones-, o que existe una contaminación lumínica que provoca mareos y vómitos a resultas de a) el reflejo de la luz en los cristales de los rascacielos b) la sobreexposición a los neones. Pero me gusta más viajar porque cada vez creo más firmemente que cuanto más viajas más consciente eres de tu ignorancia y, en teoría, ello refuerza tu humildad.

2) A todo esto, la vuelta de los viajes me pone algo tristón, uno conoce otros mundos que engrandecen el corazón a costa de empequeñecer tu rutina. Este es el precio, vislumbrar una imagen preciosa que va desintegrándose desde el mismo momento en que posas tus ojos en ella. Te queda una huella pero pierdes el molde. Quizás esta extraordinaria reflexión de Soren Kierkegaard explique el porqué del spleen postdesplazamientosocéanicos:
"La repetición y el recuerdo son el mismo movimiento, pero en sentidos opuestos; ya que aquello que se recuerda se repite retrocediendo, mientras que la repetición propiamente dicha se recuerda avanzando. Por eso la repetición, si es que ésta es posible, hace feliz al hombre, mientras que el recuerdo le hace desgraciado".