26 septiembre, 2005

Dos experiencias literarias a compartir. A la primera llegué en las habituales galeradas (por cierto, la última novela de Rushdie es una obra maestra para babear y tener el sombrero perennemente en la mano, no os la perdáis) y, a la otra, viendo la encantadora estupidez de insultante previsibilidad "Y que le gusten los perros". Para que luego algunos me tilden de pretencioso.

“Lo miraba mientras se alejaba hacia el pasado, de pie en la acera, pasando ante sus ojos cada momento y perdiéndose para siempre, sobreviviendo solo en el espacio exterior en forma de rayos de luz en fuga. Eso es lo que era la pérdida, lo que era la muerte: una huida hacia luminosas formas onduladas, hacia la velocidad inefable de los años-luz y los parsecs, las distancias eternamente en retroceso del cosmos. En el borde del universo conocido, una criatura inimaginable miraría un día por su telescopio y vería a Max Ophuls acercándose, con un traje de seda y rosas de cumpleaños, empujado siempre hacia delante por las oleadas de luz”.

Shalimar, el payaso. Salman Rushdie.


“I whispered, 'I am too young,'
And then, 'I am old enough';
Wherefore I threw a penny
To find out if I might love.'
Go and love, go and love, young man,
If the lady be young and fair.'
Ah, penny, brown penny, brown penny,
I am looped in the loops of her hair.
O love is the crooked thing,
There is nobody wise enough
To find out all that is in it,
For he would be thinking of love
Till the stars had run away
And the shadows eaten the moon.
Ah, penny, brown penny, brown penny,
One cannot begin it too soon”.

Brown Penny. William Butler Yeats.