05 octubre, 2005

Sacher Torte y los extraterrestres


Me autoinvito a cenar a casa de Sacher Torte, a quien por extraños conductos me une Jorge Bucay y el estribillo de una canción de Placebo. Lo primero que hace es poner un vino tinto en el congelador. Más tarde, concentrará unos treinta gramos de café molido en un cinco centrilitos de agua como resultado de retirar la cafetera del fuego con considerable antelación. Lo que se dice un café cargadito. Por cuestiones masoquistas que prefiero no detenerme a sopesar, me resulta encantador que a mi sugerencia de salir de parranda me suelte un “ni de coña” y que a la declaración de intenciones de marcharme, emitida no por deseo sino por cortesía, enseguida obtenga la entusiasta respuesta, “y tanto que te largas”. Luego intuiré que un detalle microscópico que le he traído del quinto pino acumula sedimentos en un cajón en vez de enroscarse en su muñeca. Sacher Torte tiene algo de caja fuerte, de jeroglífico azteca, y un pelín de animalillo deslumbrado por los focos de un coche (mas no de los que acabarán chafados sino de los que te sacarán de la carretera). Pero la caída de ojos, los principios y las madalenas integrales lo compensan todo. Tras sopesar, de forma desenfadada, divergentes criterios de excelencia musical y calidad literaria, y antes de volver a casa con un saco de interrogantes que no hace sino estimular el eterno debate sobre los límites de la comunicación humana, me enseñó una fotografia de infancia, la clásica de pandilla veraniega de impúberes sonrientes con el pelo rebosante de cloro y relucientes dientes de leche. En ella se esconde el origen de su creencia en los extraterrestres. Un punto luminoso en el margen superior derecho, producto de una simple sobreexposición, le hizo imaginar que era una especie de ovni al que sólo las sales de plata podían revelar. Bendita inocencia, aunque también me pregunto si no fue víctima inconsciente de una abducción y por ello ahora resulta tan rematadamente desconcertante.