20 diciembre, 2005

La cabra, la cabra…


Hace un par de semanas volví a intentarlo con la cultura y fui con una amiga a ver La cabra de Richard Albee al Teatro Romea, una obra que, de entrada, parecía un tiro seguro, con su Josep Maria Pou, su Marta Angelat y sus premios Tony para la versión que se estrenó en Broadway… Y, bueno, supongo que no está mal, todo el mundo parecía pasárselo muy bien, pero… algo falla. Quizá falla precisamente eso, el coro de carcajadas del público geriátrico de domingo por la tarde en una obra que, sobre el papel, debería dejarte con la mandíbula desencajada, pero no de risa, sino de pasmo. Lo que no funciona en la versión de Pou – ya que el actor es aquí también director, traductor y productor, y supongo que se nota quién redactó el dossier de prensa- no es el texto, sino el tono, la forma de lanzar las frases de los actores. En inglés se dice que un actor “entrega” (delivers) una frase de una forma especialmente adecuada a su personaje o al momento o a la situación, de forma que provoque un efecto, que diga todo lo que esa frase expresa o precisamente lo contrario. Pues bien, en La cabra del Romea todos los actores, y ahí es donde le echo la culpa a Pou, parecían estar enunciando sus frases de comedia agria como si esperaran risas enlatadas tras cada una de ellas. Y las conseguían, claro. El público geriátrico creía estar contemplando a Tania Doris y al feo de los Calatrava (que en paz descanse) en una especie de vodevil en el que el tema central, qué pintoresco, era la zoofilia. Creían estar disfrutando de nuevo de las escenas matrimoniales de Noche de Fiesta, en las que los jarrones volaban de un lado para otro y todo el mundo era muy exagerado. No es posible apreciar así la supuesta crítica implacable de la sociedad americana despojada de hipocresías que propuso el pobre Albee. Y no es culpa de Albee: es culpa de Pou. Y quizá del público geriátrico. La cabra, por su parte, sale realmente poco, y bastante desmejorada, pero es de lo mejorcito de la función…