05 enero, 2006

FOTOGENIA

Hoy hablaremos de uno de los mayores misterios de la naturaleza humana: la fotogenia. La capacidad de lo que comúnmente llamamos "quedar bien en las fotos" -instantáneas fuera de un estudio o de un software, se entiende, desprendidas de cualquier elemento de belleza generada de forma artificiosa, aquellas realizadas ya a traición, ya a partir de de un posado espontáneo-es uno de los intangibles más escurridizos de cualquier individuo, colindante con fuentes energéticas de pareja ambigüedad como la intuición, la orientación o todo lo que deseemos inquibir en la idea del sexto sentido. A este respecto circula una teoría: al igual que el filósofo Walter Benjamin postulaba que determinados objetos de las civilizaciones antiguas nacían con una áurea especial ligada a su empleo en rituales de carácter religioso, inaprensible añadido mágico que la industrialización le sustrajo a partir de su fabricación en serie y con vistas a su explotación comercial, todas las personas nacemos con la invisible facultad de la fotogenia reluciendo en algún rincón de nuestro espíritu, como una inmaculada bola de queso fresco recién moldeada por una máquina. Depósito misterioso de la inocencia, este no sé qué explicaría que de manera casi indefectible los bebés luzcan hermosos y los infantes transmitan simpatía. El problema empieza cuando los factores tiempo + experiencia comienzan a causar estragos en nuestro cuadro de candidez. La pérdida de la fotogenia puede ser un reflejo de varios puntos negros: una carencia de seguridad en nosotros mismos, una baja autoestima, una mala conciencia, una herida supurante que el cerebro ha preferido bloquear, algo que callamos y ocultamos que nos remueve por dentro sin que lo percibamos... Igual que la impureza del corazón impidió a Perceval reconocer el Santo Grial, aquellos a los que afean o ridiculizan las sales de plata quizás acarreen máculas mentales que les ponen palos en las ruedas. Da cierto yu yu, ¿no? Así como hay tribus africanas que se niegan a ser fotografiadas por el pánico que les produce pensar que en el revelado pueda difuminar su alma, la versión occidental podría ser un temor a la exposición de sus aristas menos favorecedoras. Esto es lo bueno de tener una cámara Lomo como la mía: la amenaza se refracta -a la manera de la propia descomposición cuadricular de la imagen- porque todo el mundo queda mal.