22 febrero, 2006

Aeropuerto


Estoy más familiarizado con un aeropuerto que el director de una torre de control. Frente a la mayoría de la gente, que asocia la excitación que le procura la palabra a su primer segmento, ese “aero” que materializa el sueño de raigambre infantil de surcar los aires, promesa de aventura, escapismo y de barrer con el límite más flagrante impuesto por nuestra naturaleza terrestre, yo localizo su encanto en la segunda y funcional partícula semántica, ese insustancial “puerto” que expresa una cualidad de contención, de almacenaje incluso, en cualquier caso, de llegada, de reposo, de orden, la destilación absoluta de cualquier elemento de romanticismo y fantasía que puede ofrecer la aeronáutica desde el mismísimo día en que alguien que lleva mucho muerto se lanzó desde un despeñadero tras haber creído tener una idea amparada por la lógica instantes después de la contemplación del planeo de un pájaro. Para mí un aeropuerto no significa tránsito, desplazamiento, mostrador, embarque, terminal, abróchense los cinturones, les saluda el comandante, la temperatura exterior es de, la hora local es, esperamos volver a tenerlos a bordo con nosotros muy pronto.....para mí es sólo superficie, destino final, puertas giratorias, tiendas, cafetería, danza de maletas ajenas, sentidos besos de reencuentro dados a los otros, azafatas embutidas en faldas apretadas y con un exceso de lápiz de labios perdiéndose tras cristales infranqueables...
Cuando mi padre había tenido un día terrible en el trabajo, me llevaba a ver despegar aviones a El Prat. De camino hacia ahí, destemplado pero feliz, me gustaba retreparme en el asiento y contemplar la sucesión nerviosa de farolas de la autovía, su individualidad reducida a un guiño lumínico, gélido y ausente.
El aeropuerto me recordaba a una estación espacial, quizás porque afuera sólo se veía una cúpula de noche cerrada y los únicos que abandonaban el lugar iban en monstruosas máquinas de hierro muy parecidas a los transbordadores de la NASA entrevistos por mis infantiles ojos en las noticias de televisión. Mientras engullía un Cacaolat, contemplaba absorto cómo los aviones alzaban el vuelo desde un punto lejano de la pista para ser engullidos en un suspiro por la oscuridad, los pilotos rojos alojados a los extremos de sus alas hacían pensar en las languidecientes burbujas de espuma de una ola muerta que daba paso a la siguiente, presta ya a despegar.