24 julio, 2006

"Mi padre -dijo- fue un gran hombre para la poesía y con grandes dones para la oratoria. Y a él debo el haber aprendido las reglas de la métrica cuando todavía era un jovenzuelo; y las he conservado desde entonces, a pesar de todas las nuevas modernas teorías de los grandes poetas, por ejemplo la Señora de Mýri. Heredé de mi padre mis ejemplares de las Rimas, tengo los siete volúmenes, de los días en que en Islandia había hombres de genio, hombres que sabían demasiado bien qué querían hacer como para tropezar, hombres que sólo necesitaban cuatro versos para hacer una poesía que podía leerse de cuarenta y ocho formas distintas y encontrarle siempre sentido. No era para ellos ese estilo poético que está lleno de pena y nerviosismo y aguado sentimentalismo; y tampoco eran para ellos los himnos, éstos los dejaban a los sacerdotes. Eran hombres que no creían en la necesidad de mesarse los cabellos y golpearse el pecho. Ahí tienen las Rimas de Úlfar, por ejemplo, con sus gigantescas batallas, cada una de ellas más valientemente disputada que la anterior; ésos eran héroes que no se arrastraban ni lamían los pies a las mujeres, como lo hacen ahora esos poetas eróticos. Pero, eso sí, si oían hablar de alguna mujer famosa, no se detenían a calcular los riesgos, aunque la mujer viviese en otro hemisferio, no, salían en su busca, con la luz del combate en los ojos, a derrotar reyes y conquistar reinos y amontonar cadáveres hasta más altura que la de las colinas". ("Gente independiente", Halldór Laxness)