09 octubre, 2006

Tengo cinco meses

En junio dejé de morderme las uñas de la forma salvaje en que lo había hecho siempre. Desde entonces he conseguido por primera vez en mi vida que mis uñas lleguen hasta el borde de mis dedos, una hazaña que jamás creí que estuviera a mi alcance. Más que nada porque no me recuerdo con las uñas intactas, de lo que deduzco que muy posiblemente empecé a consumir cutícula antes de los cinco años. Es dramático, lo sé. Hola, soy una cangura y soy onicófaga. Pero estoy saliendo del pozo y hoy he complido cinco meses. (Todos al unísono: Te queremos, cangura).

No lo consigo siempre, eso está claro. Esta misma noche he mordisqueado un poco el borde de la uña de mi dedo corazón derecho porque notaba que la carnecilla de debajo pugnaba por recuperar la libertad. Es en serio, a veces me resulta insoportable sentir la uña recubriendo porciones de piel antes liberadas y tengo que sacar de encima un poquito, como quien rasca debajo de una escayola, para que no me moleste. Ahora mismo le daría un bocado a un par de dedos, pero apartaré de mí esos pensamientos impuros.

Nunca había podido repiquetear las uñas sobre una superficie lisa (y mola). Nunca había podido agarrarme a una barra del metro sin sentir vergüenza porque pensaba que la gente me miraba las manos con desaprobación. Nunca había podido rascarme en condiciones, y me había acostumbrado tanto a clavarme los dedos para hacerlo que ahora lo sigo haciendo y como tengo las uñas largas (ay) me hago daño.

Pensaba que jamás sabría dejarlo. Pero resulta que era la mar de fácil. Tan fácil como descubrir el auténtico esmalte de uñas con sabor asqueroso. Nada de Mordex (estaba rico, el Mordex) ni de quinina: el auténtico quitavicios es el tono rosa palo de Pinaud. Recomendadlo a vuestros amiguitos.

(Había buscado unas imágenes ilustrativas de la onicofagia, pero os las voy a ahorrar en atención a vuestros estómagos)