14 noviembre, 2006

Sobre la belleza

Lo único que quizás pone a todos de acuerdo es el éxtasis de la belleza (aquella que, de tan auténtica, llega a doler). No coincidimos en dirimir qué es bello, pero sí en que su impacto no tiene parangón en la naturaleza. Igual que en sentido negativo no hay nada más perturbador que la violencia, en el positivo no existe nada más turbador que la belleza. En este sentido, podría verse como la compensación poética que brinda la estética a la fealdad, es decir, a los horrores del mundo. Como apunta sabiamente el ya citado Andrés Neuman, nos hemos de proteger de ella a través de las metáforas: su condición esquiva nos incapacita para penetrar en sí misma y transcribir sus atributos reales, debemos limitarnos a rodearla y reducirla a conceptos abstractos, a desmenuzarla con palabras, colores, notas musicales... puesto que el conjunto total y su estado en bruto permanecen inaccesibles. De verla desnuda, de acceder a su esencia no es de extrañar que cayéramos fulminados por un ataque cardíaco. Un colega periodista me dijo con sorna que la belleza era lo único que respetaban los ricos. Si apuramos incluso podríamos decir que también los indeseables (un ejemplo literario que me viene a la cabeza sería el desenlace de "Sábado" de Ian McEwan). La belleza vendría a representar así el paroxismo de la democracia, el máximo elemento nivelador antes de la llegada de la muerte.
La filósofa Elaine Scurry va más allá en su ensayo "On beauty and being" al sostener que pensar acerca de la belleza puede ayudarnos a pensar sobre la justicia social. Mientras pensamos si un pensamiento puede conducirnos hacia el otro pensamiento, reconoceré que no soy lector de Miss Scurry, sino que me la topé aportando una cita que sirve de pórtico a la novela "Sobre la belleza" de Zadie Smith. Múltiples y escondidas pueden ser las razones que han llevado a la escritora a escoger este título, una de las cuales podría ser que ninguno de sus personajes -al igual que el resto de los mortales- es inmune a sus encantos, ya tengan estos un desenlace feliz o destructivo, reparador o doloroso. En uno de los más emotivos pasajes del libro el patriarca de uno de los clanes, Howard Belsey, le confiesa de forma balbuciente a su mujer los motivos por los cuales ha perdido la cabeza por una joven estudiante hipersexy, quintaesencia de la belleza como resorte de la lujuria desaforada. Y dice así: "Men respond to beauty... it doesn´t end for them, this.... this concern with beauty as a physical actuality in the world ... and that´s clearly imprisoning and it infantilizes... but it´s true".
Y es esta asociación final de la belleza con la verdad, la que nos remite a esos célebres versos con que concluye "Ode on a Grecian Urne" de Keats: "Beauty is truth, truth, beauty - that is all Ye know on earth, and all you need to know". Al final debe ser este el secreto de la imantación de la belleza, que -al igual que la prueba del algodón del arte verdadero es que no tolera la mentira- aquélla es depositaria de la verdad última en un mundo plagado de mentiras, dudas, engaños, incertidumbres e incertezas. Una ranura por la que atisbar la sacralidad pura vetada al ser humano.