23 enero, 2007

Coraje


Una de las preguntas clave de la existencia y que paradójicamente menos nos planteamos es si tenemos coraje. Puesto que el témino está demasiado contaminado por la belicosidad, en el sentido de que parece que solo halla respuesta si nos encontramos en un campo de batalla en el que debemos tomar una decisión drástica, acometer un gesto heroico, sumarnos a la lucha, el dilema se diluye en nuestro profiláctico entorno hecho de edredones, microondas y zapatillas de felpa. Pero es que ni siquiera el fragor del combate parece un buen marco para calibrar la cuestión. Veamos: la célebre inscripción en la lápida de Borges que reza "And ne forhtedon na" ("Y que no temieran") junto con siete guerreros que han arrojado sus escudos y con la espada rota se dirigen a pelear contra invasores vikingos de Essex resulta sobrecogedora, ¿pero el auténtico acto de valentía no habría consistido en salir corriendo de ahí para salvar la vida?
El rostro del coraje en ese espacio en el que está ausente la muerte inmediata, despejado de amenazas físicas tremebundas que es la cotidianiedad bien podría ser actuar de acuerdo a nuestra conciencia, no sepultar nuestros deseos bajo el rodillo de la comodidad y la inercia, no traicionar lo que queremos sustituyéndolo por lo que nos conviene. En definitiva, actuar para ser.