16 mayo, 2007

Fante


Con motivo de la publicación de "Al oeste de Roma" de John Fante (alias Arturo Bandini, alias Henry Molise), grande entre los grandes, aquel que, entre las tardes de verano en que su abuelo le contaba historias de forajidos de los salvajes montes de Abruzzi y, señalándole con un dedo hacia las alturas, le decía que la luna era un agujero en el suelo del cielo desde el cual le estaría observando cuando muriese para asegurarse de que era un buen chico, y el momento en que una úlcera diabética le amputara dos tobillos, una necrosis le cercenara una pierna y un glaucoma le dejara ciego, estado descompositivo que le abocó a sacudidas paranoicas durante las que arrastraba su silla de ruedas hasta el porche de su casa con una pistola cargada bajo la sábana que yacía en su falda, intentó con toda su alma "llegar a ser el mejor escritor que el mundo ha conocido" fabulando sobre su árbol genealógico pero Hollywood dilapidó su talento, un tiburón obligado a trazar círculos en una piscina infantil.


"Ningún hombre por debajo de los treinta años tiene el menor sentido común y solo unos pocos albergan algo de sabiduría al traspasarlos. El talento no es suficiente para publicar. La humanidad, la humildad, la reverencia por tus iguales, el respeto por las mujeres y el primer atisbo real de Dios no llegan hasta la treintena, o incluso después".


"Entonces ocurrió algo curioso. Mi padre se murió. Estábamos trabajando al aire libre, metidos en el hormigón y entre piedras, y de súbito tuve la impresión de que se había ido de este mundo. Busqué su cara y lo vi escrito en ella. Tenía los ojos abiertos, sus manos se movieron, echaron una paletada de hormigón, pero estaba muerto y en la muerte no tenía nada que decir. A veces se alejaba como un fantasma, se metía entre los árboles y meaba. ¿Cómo podía estar muerto, me preguntaba, si andaba y meaba? Era un fantasma, un cadáver, un fiambre. Quise preguntarle si se encontraba bien, si por casualidad seguía estando vivo, pero me sentía demasiado cansado, estaba demasiado ocupado muriéndome yo, demasiado cansado para construir una frase. Veía la pregunta en el papel, escrita a máquina, entre comillas, pero resultaba muy pesado verbalizarla. Además, no tenía tanta importancia. Todos teníamos que morir algún día".