01 junio, 2007

Desear lo que temes


Mi amigo encendió un cigarrillo tan solo salir de aquel antro de música atronadora, nicotina a presión y copas aguadas. Me escocían los ojos y lo último que me faltaba era tener más humo cerca, pero conociendo su susceptibilidad me privé de comentarle nada. Sabía que se lo tomaría como una agresión e, impelido por la alta concentración de alcohol en la sangre, seguramente se pondría agresivo o victimista. La verdad, prefería seguir sintiéndome un cenicero andante. Había sido una noche inútil, cargante, espesa, hecha de ruido, entumecimiento, sudor, una noche de la que uno sale embrutecido, pensando que ha tirado a la basura dinero, tiempo, salud. Los oídos los tenía sedados, como recubiertos de una gasa que apenas filtraba el sonido ambiente, y en mi estómago coincidían sustancias líquidas hostiles que se prestaban a entrar en combate. No veía el momento de coger la cama pero, al mismo tiempo, sabía que tan pronto me cubrieran las sábanas las últimas horas se deplegarían en un loop que boicotearía mi descanso en forma de imágenes fantasmagóricas. Y en el punto más álgido de mi descontento, vino al rescate mi amigo. Quizás la borrachera le había afectado de una manera especial aquella noche, abriéndole unos conductos expresivos hasta entonces sellados, pero el caso es que, acostumbrado a referirse a las mujeres en los términos más primitivos de los que es capaz el género masculino -es decir, para admirar desde una óptica preferentemente vulgar su belleza o lamentar reiteradas humillaciones del pasado- tuvo un destello de iluminación que se tradujo verbalmente en una reveladora forma de sintetizar por qué sus relaciones con el sexo opuesto habían estado marcadas por el signo del fracaso. Apoyándose en el capó de un coche para rematar la inminente colilla, miró hacia el cielo que iba encendiéndose tímidamente por clapas, y me dijo.
"Ellas tenían sus motivos para estar conmigo, yo tenía los míos, pero los míos eran sólo mentiras con las que ganar tiempo. Mi maldición ha consistido en que siempre he caído a los pies de lo que he deseado porque primero lo he temido".
Y, soltado esto, se incorporó, comenzó a andar y se arropó de nuevo con el silencio.