12 julio, 2007

"El 8º enanito". Capítulo 18.

De no haber sido por el cuidado milímétrico que Strata había puesto en todos los detalles, la hibernación regeneadora del Cíclope habría sufrido una inesperada interrupción el sábado en que Nijik, un enanito con los pies muy lejos del suelo, melómano y con una larga melena rizada que se recogía en una coleta, decidió celebrar su reciente licenciatura en meteorología probando suerte con una antigua leyenda que circulaba entre los amantes de los fenómenos atmosféricos. Descartada como una absoluta memez por el 98% de sus compañeros de estudios, aquélla sostenía que en el primer día de sol tras seis consecutivos de lluvia, brotaría en el bosque un trébol de siete hojas que conferiría al enanito que lo encontrara un poder sobrenatural. Vayamos al grano: esa mañana sabadeña se dieron las condiciones apropiadas y Nijik demostró los fundamentos de la leyenda dando con un ejemplar único del reino de la flora. Lamentablemente, su extasiado estado de ánimo le impidió estar alerta a la camuflada trampa para enanitos que Strata había dispuesto en un perímetro de 3 metros cuadrados de bosque, bajo el cual se escondía la guarida futurista del Cíclope. Deslizándose por un tobogán de arce pulido, fue a parar a una de las jaulas que la bruja había habilitado a los visitantes indeseados. Tan pronto aterrizó, unos auriculares se acoplaron automáticamente a sus orejas, activándose una grabación por la que comenzó a fluir una grabación rayada en la que una Strata de ultratumba ponía en su conocimiento sus aviesos planes de aniquilación. La desgarradora cinta terminaba con sus mejores deseos de una muerte lenta por inanición. Lamentablemente otra vez, Nijik descubrió cuál era el poder mágico que otorgaba el hallazgo del trébol de siete hojas sobre el que tanto había fantaseado. Ni visión nocturna, ni imbatibilidad en el ajedrez, ni composición de sinfonías sólo al alcance de los dioses. Simple y llanamente te mantenía con vida sin tener que ingerir líquidos o alimentos. Con su letra de médico escribió una nota desesperada y se pasó el resto de las decenas de miles de días que le quedaban por delante mirando al techo y jugando con sus tirabuzones. (Continuará...).