12 septiembre, 2007

"El 8º enanito". Capítulo 20.

El recuerdo que viene a socorrer al 8º enanito evita que un ataque de pánico lo paralice. El recuerdo lo serena, consigue que descienda su ritmo cardíaco y le reporta concentración. La relajación general le permite poner las cosas en perspectiva. Parte con ventaja respecto del Cíclope porque él sabe de su existencia y no al revés. El bunker, aún careciendo de escondrijos excepto aquel respiradero, es de unas dimensiones tan colosales que evitar ser descubierto no debería suponer una gran complicación. Lo que se impone es encontrar una manera de escapar y regresar a toda velocidad a Dos Palmos a alertar del peligro que se avecina. Remontar el tobogán por el que había caído es imposible tanto por su inclinación como por la altura a la que queda su desembocadura del suelo. Mientras intenta elucubrar un plan, un retumbar de pasos recorre su panteón auditivo como un tropel de búfalos en estampida. Al acercarse a la rejilla, un pie del gigante pasa a escasos centímetros de sus ojos. A primera vista, le revuelve el estómago su color cerúleo y sus granos rosáceos, pero su atención cae presa de un punto extraño. No es capaz de describir de inmediato lo que ha captado. Su visión parece haber ido más veloz que su cerebro. Necesita rebobinar unos segundos. Reproduce en cámara lenta el paso del Cíclope. Sólo entonces puede fijar la anormalidad que tanto le ha sorprendido. En el tobillo lleva tatuados unos signos: 14/*/65/^29/. (Continuará...).