15 enero, 2008

"El 8 º enanito". Capítulo 27

"Ese eres realmente tú, pero no tienes de qué asustarte". El consejo será bueno, pero al oirlo salir a traición de una voz cavernosa a sus espaldas, el 8º enanito pega un bote que lo propulsa hacia arriba hasta alcanzar 2,6 veces su altura. El Cíclope tiene una expresión compungida y las manos entrelazadas a la espalda en posición de reposo. Su aspecto es prácticamente calcado a la imagen que le ha devuelto el espejo amarillo. Pasado el susto, en vez de aterrorizado, el 8º enanito se sorprende sintiéndose desconcertado y perdido como un charco de agua cristalina en medio de un desierto rojo. Advierte que su mano izquierda se destensa progresivamente hasta detenerse por completo. Necesita sentarse y así lo hace. Con el propósito de reforzar la atmósfera de paz y ausencia de peligro que desea transmitir, el Cíclope también se sienta en el suelo, si bien a una distancia prudencial. Durante mucho rato y pese a la colosal diferencia de estatura que los obliga a mantener un ángulo postural muy forzado, ambos se sostienen la mirada. Un extraño reconocimiento circula en ambas direcciones, como si un silencioso trasvase corporal y espiritual estuviese completando una trasfusión de identidad.
Finalmente, el Cíclope se decide a romper el hechizo diciendo: "En efecto, eres un Cíclope, como yo". Más que en forma de sonidos articulados, estas siete palabras parecen penetrar en el 8º enanito en forma de llaves que abren compuertas dentro suyo que el miedo había mantenido toda su vida selladas a cal y canto. "¿Nunca notaste nada extraño?" le pregunta el monstruo que lo convierte a él también en monstruo. La contradicción más elemental se le clava en el centro de la mente: ¿dónde se ha visto que una familia de enanitos tenga ocho hijos? Un segundo defecto de fabricación lo alcanza en el pecho: ¿quién conoce a un enanito zurdo?
El 8º enanito cree poder percibir el susurro que hace la venda imaginaria que le cubre los ojos al comenzar a desanudarse. (Continuará...).