25 junio, 2008

No soy un hombre Marlboro


Sólo fumo en noches muy esporádicas y casi siempre apropiándome de los pitillos ajenos. A los de esta especie nos gusta llamarnos "fumadores sociales", pero los fumadores a los que les sableamos prefieren el término "gorrón", más genérico pero quizás más apegado a la verdad. Nunca he conseguido engancharme al tabaco y el dios de la nicotina sabe que he intentado en diferentes etapas de mi vida rendirle un culto fanático, pero todo esfuerzo por carbonizar mis pulmones ha devenido en fracaso absoluto.

Resulta que el otro día, cosa extraña, salí de casa con un paquete de tabaco en la mochila porque sentí un fuerte antojo (hasta ahora sólo los había tenido de alimentos dulces como todo el mundo, producto de un déficit de glucosa en la sangre), no tanto de fumar en el sentido de una fuente de placer como desde un punto de vista práctico, me atraía el ritual de encender, sostener entre los dedos, dar una calada... No había caminado ni dos calles cuando, sin haber sacado aún de la mochila el material tóxico y encontrándome esperando en un semáforo, se me acercó una mujer de mediana edad, sin ningún rasgo físico destacable, normal con N mayúscula, se camuflaba a al perfección con el paisaje urbano. Llevaba gafas y una blusa floreada. Y va y me pregunta: "¿Tienes un cigarrillo?". La falta de costumbre me llevó a decir que no por defecto. Y en los escasos segundos que hubiese necesitado mi cerebro para expulsar el acto reflejo y corrigir el error de la réplica pregrabada ofreciéndole un cigarrillo, se interpusieron estas palabras de la mujer: "Creo que sí que tienes y que no quieres darme". Lo dijo con una sonrisa burlona y enseguida apartó la vista. Ya era demasiado tarde para corregir mis palabras.

No sé si tanto por sentirme molesto con la impertinencia como inquieto por esta percepción sobrenatural, insistí en que no y crucé la calle rápido con cierto nerviosismo. El 99,9% de las ocasiones en que me hubiesen formulado esta pregunta mi "no" habría sido cierto y el 99,99 % de las personas habrían tomado mi mentira de ese día por cierta. Se me cortaron de cuajo las ganas de fumar. Otro intento abortado de sumar un vicio. Alguien no quiere que sea un hombre Marlboro.