10 julio, 2008

Parte de la tribu


En ocasiones la vida imita al arte y, en otras, a la publicidad. Lo más cerca que he estado de verme inmerso en uno de esos anuncios de Coca Cola o de Bacardi en los que una comunidad de extraños crea un espontáneo y festivo vínculo celebrando las ganas de vivir fue en el concierto que Xavier Rudd ofreció en el Grec el domingo pasado. Rudd es un músico australiano achaparrado y teñidod e rubio, el hermano guapitod e Cocodrilo Dundee, un tipi concienciado ecológicamente y con pinta de pasarse el día surfeando, tomado el sol y contemplano relajadamente cómo pasa la vida, alguien que jamás se ha puesto una corbata y que identifica a primer golpe de vista si un serpiente es venenosa o no. El hombre es un prodigio tocando un instrumento cuyo nombre parece conocer todo el mundo y que soy incapaz de retener, esos larguísimos troncos de madera por los que se sopla, para entendernos. Como su música es de corte tribal, apela a los instintos y nos conecta con el animal que todos llevamos dentro, resulta prácticamente imposible no bailarla. Ya se sabe que por aquí somos tímidos, de forma que arrancó el concierto con la parroquia sentada y modosita, pero de forma paulatina diversos grupúsculos repartidos por el anifiteatro se pusieron a mover el esqueleto, liderados por un grupo de jovencitos compatriotas del maestro de ceremonias, bandera en ristre. El efecto dominó no tardó en prender y la mayoría de los presentes nos sumamos a dialogar corporalmente con nuestros ancestros que cazaban con taparrabos. Eufóricos y liberados, quisimos entonces bajar a agradecerle al gurú de los troncos e habernos hermanado y permitido oír el rítmico hervir de nuestra sangre por lo que comenzó un goteo de gente dispuesta a tomar el escenario. Durante escasos minutos nos jugamos el físico botando sobre su frágil plataforma ante la mirada extasiada de un Rudd que, de pedirnos que comenzáramos a besarnos los unos a los otros,a  desnudarnos o a darle billetes de 50 euros, lo hubiéramos hecho sin pestañear. al acabar la canción, los seguratas nos echaron con viento fresco, pero ya teníamos nuestro momento Coca Cola.