05 junio, 2009

Buscando un reno a medianoche


A Helsinki sólo le pedía dos cosas: que me justificara la fama de la sauna finlandesa y que me permitiera emitir un veredicto acerca de la carne de reno. Lo primero fue sencillo. Compartí cubículo abrasador, con gradas de madera y caldera que hace tres siglos que pasó la última inspección, con una docena de cuerpos masculinos sudorosos. Eso sí, apenas aguanté cinco minutos esta hermandad nudista de la gota gorda, allá adentro habían tomado prestado el termostato del infierno Lo mejor fue salir a la calle descalzo y con la toalla a la cintura a disfrutar de la última luz del día, mientras los transeúntes cruzaban con jersey de cuello alto. 

El reno se resistió un poco. El escritor al que fui a entrevistar nos había reservado mesa en un restaurante tradicional, por lo que di por descontado que en la carta habría el plato deseado. Pues resulta que no, ya que -me iluminó el anfitrión- se trata de un manjar caro y poco expandido. Amablemente preguntó a la camarera si conocía algún restaurante donde lo sirvieran. Respondió que estaba convencida que contarían con él en el de la esquina, pues estaba especializado en cocina finlandesa. Al acabar fuimos a verlo, se llamaba Kuu (que significa "vaca", lo que tendría que haber supuesto una señal negativa) y, craso error, tan contentos del hallazgo estábamos todos que no miramos la carta para comprobarlo, de forma que esa misma noche cuando regresé y lo hice, tras una caminata de dos horas desde la otra punta de la ciudad, me llevé el gran chasco. Sufriendo por la hora, ya eran las 9 pasadas, tarde para anudarse la servilleta al cuello en Finlandia, me dirigí a la calle Pelayo de la ciudad (toda urbe tiene una, por desgracia) a probar fortuna y digamos que la tuve a  medias: un restaurante de aroma añejo contaba con la dichosa vianda, pero tenías que pagar ¡42 euros por ella!.
Enfurruñado y vencido me encaminé hacia el hotel con la idea de recurrir al servicio de habitaciones (tiene un toque de lujo para pobres que confieso que me chifla) y hete aquí que al llegar a las puertas veo que el restaurante está animado y una bombilla (de bajo consumo, todo hay que decirlo) se enciende en mi cabecita. ¿Y si...? Pues efectivamente señores y señoras, en la carta trotaba un reno con mi cara a 28 euros por ser yo y hacia dentro que fui.
Mientras esperaba el momento cumbre, vi que los únicos dos comensales de mi zona degustaban en mesas separadas el mismo plato. Pronto fuimos tres. La Cofradía de los Extranjeros Atraídos por la Carne de Reno una Fría Noche Primaveral en Helsinki. Para mi sorpresa el socio de Santa Claus tiene la carne tierna, pero un toque dulzón me llevó a concluir que de tenerla a pedir de boca mi conservador paladar no la reclamaría demasiado.