10 octubre, 2009

Bassi y Groucho

Ya retirado del cine, Groucho Marx seguía buscando el calor de la gente y a la vez comprobar si conservaba su don para hacer reir por lo que solía actuar por sorpresa en espectáculos de circo. Una mañana los padres de Leo Bassi, miembros de una compañía itinerante en la que su hijo aprendería el arte del equilibrismo, le comentaron que ese día -la troupe estaba de gira por Estados Unidos- les visitaría el cómico más grande de todos los tiempos. La envidiable desvergüenza de los niños pudo más que el respeto que a Bassi le provocaba un adjetivo tan superlativo y, cuando Groucho Marx llegó y se sentó para maquillarse, él se colocó detrás con fascinación anticipada -el ritual de contemplar a sus padres maquillarse le producía un placer indescriptible- a la espera de ver cómo ese señor avejentado, encorvado, de gafas culonas y de espesas cejas azabache transformaba su rostro en lo que se suponía iba a ser una creación divina, filigranesca, la payasada maestra en términos faciales. Y Groucho va y lo que hace es limitarse a pintarse un bigote con un rotulador negro. El infante Bassi, estupefacto, consigue vencer a la timidez empujado por la acción combinada de la curiosidad y el desenfado propios de su corta edad y le pregunta: "¿Por qué te pintas un bigote en vez de ponerte uno falso?". A lo que Groucho Marx levanta esas cejas boscosas, dotadas de vida propia, y le responde: "Con este es más fácil comer sopa".


(Anécdota narrada por el propio Bassi en su maravillosos espectáculo "Utopía", donde Madoff y los jugadores de golf conspiran para envilecer el mundo, surgiendo las pinturas rupestres de Altamira y los patitos de goma para salvarnos a todos de la quema).