28 enero, 2010

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Cuando tenía que estar de regreso en mi hotel dublinés tras visitar el castillo medieval de Lord Dunsany, me encuentro finalmente cenando con Joaquín Leguina, el que fuera presidente de la Comunidad de Madrid durante 12 años, en el restaurante Tragaluz. La vida y sus imprevistos, qué cosa. El ex político, humilde y vivaracho a más no poder, cuenta su visita a la Casa Blanca y al domicilio de Jimmy Carter, deja verdes a un buen surtido de ex colegas tanto de la izquierda como de la derecha, rememora su cena con un intimidante por genial Jaime Gil de Biedma y un intimidante por gangsteril Silvio Berlusconi, se sorprende de la fanatismo futbolero que demuestra su tía de 98 años... baraja anécdotas y batallitas suculentas en las que mojar pan además de en la salsa de anchoas. Lo que, sin embargo, me llama más la atención es una disertación que lleva a cabo sobre la estadística (Leguina fue también presidente del Instituto Nacional de Estadística). Parafraseando a Napoleón, comenta que las estadísticas son un intento absurdo de desentrañar la causalidad de la vida. Sus cifras, un simulacro de control de lo ingobernable. Como ponerle puertas al azar, para entendernos. Fijando la aleatoriedad de las cosas en un %, trasformando el caos en matemáticas, uno se consuela con el engaño de que puede entender y avanzarse a los ciclos.