17 febrero, 2010

2 fragmentos de "Nada que temer" de Julian Barnes


"La gente se prestaba a hablar más de la muerte: no de la muerte y la vida posterior sino de la muerte y la extinción. En la década de 1920, Sibelius iba al restaurante Kämp de Helsinki se reunía a la llamada "mesa limón": el limón es el símbolo chino de la muerte. A él y sus acompañantes -pintores, industriales, médicos y abogados- no sólo se les permitía, sino que se les exigía que hablaran de la muerte. En París, pocas décadas antes, el disperso grupo de escritores que asistían a las comidas del restaurante Magny -Flaubert, Turguéniev, Edmond de Goncourt, Daudet y Zola- comentaba el tema de un modo amistoso y ordenado. Todos eran ateos o agnósticos serios: temían a la muerte pero no la evitaban. "La gente como nosotros -escribió Flaubert- debería profesar la religión del desespero. Hay que ponerse a la altura del propio destino, es decir, impasible como él. A fuerza de decirte: "¡Es así! ¡Es así!", y de mirar al pozo negro que se abre a tus pies, conservas la calma".


"En l edad media se procesaba a los animales. A langostas que destruían las cosechas, a carcomas que se comían vigas de iglesias, a cerdos que se zampaban a borrachos tendidos en cunetas. A veces los animales comparecían ante el tribunal, a veces ( a los insectos, por ejemplo) se les juzgaba in absentia. Había una vista judicial completa, con acusación, defensa y un juez togado que podía imponer toda una lista de castigos: libertad condicional, destierro y hasta excomunión. En ocasiones, había incluso una ejecución judicial: un funcionario del tribunal, con guantes y capucha, colgaba a un cerdo por el cuello hasta la muerte"