07 marzo, 2010

Anestesia literaria

Últimamente leo mucho. Sobre todo por trabajo. Me pasa como cuando trabajé en una librería: estoy un poco harta de libros. Veo demasiados por obligación. Los veo desde un punto de vista profesional: elimino los puntos tras los signos de interrogación, reflexiono si una coma debería ser en realidad un punto y coma, unifico términos, coloco cursivas a diestro y siniestro. Los veo de demasiado cerca. No sé dar una opinión de conjunto. Sólo sé decir si la traducción suena bien o si el autor hace un uso correcto de la puntación o si hay que hacer un aliño para que aquello sea legible. Ni idea de si, más allá de eso, la obra ofrece un ma-ra-vi-llo-so nuevo punto de vista sobre cualquier tema ya trillado. Eso no soy ya capaz de saberlo.

A ver: me encanta mi trabajo. Pero me tiene anestesiada. Ya no leo libros: busco ansiosamente erratas.

Así que tiendo a tener opiniones ligeramente irracionales sobre los libros que leo. Porque las baso en cosas como en lo muchísimo que nos costó conseguir los derechos de reproducción de la imagen de cubierta o el fin de semana espantoso que pasé cotejando la traducción con el original o en lo encantador que es el autor conmigo (pese a que seguramente no debiera serlo).

Espero que la anestesia sea temporal. Sería terrible pasarse la vida convirtiendo en placer para los demás lo que solía ser mi placer. Sería como para hacer una peli de aquellas de llorar mucho al final por el sacrificio de la heroína. Por la humanidad, claro. Qué menos.