27 marzo, 2010

La ardilla y el chico martini en Bologna


Volvió el espíritu del Outback. Retornó la fuerza del kiwi. Tres años después, Anti y Podas emprendieron una nueva aventura juntos, si bien esta vez no cruzaron el mundo, necesitaron apenas hora y media en una avioncito de juguete para llegar a destino. La excusa era visitar la Feria del Libro de Bologna y creerse de verdad esto de que son autores de libros infantiles. Apodada La Roja por su atávica filiación comunista y el color de buena parte de sus fachadas, ostentadora de apenas 15 de las 2oo torres con que las familias pudientes sacaban pecho (o compensación de tamaño que dirían los freudianos), habitada en un 50% por universitarios, fabricante de una mortadela divina, Bologna nos sedujo con los palazzos y las arcadas que florecen en su casco histórico, claro, pero sobre todo por sus helados y sus tortellinis al ragú, su lambrusco y la risueña japonesa que regentaba la pensión decorada por Miss Marple en la que pernoctamos.

Pero este post no va encaminado a enumerar los encantos de la ciudad, sino a mostraros dos fotos para que valoréis la pertinencia de los descalificativos que el uno y el otro nos dedicamos mutuamente respecto a la manera que tenemos de posar frente a la cámara. Una entrañable herencia de nuestro periplo por la tierra de los koalas que reapareció con ganas en Bologna. La historia es que cuando yo me río con la expresión de "ardilla feliz", a lo Flappy, con la que Alex pretende seducir al objetivo, él contraataca afirmando que yo pongo cara de "seductor chulito", de chico Martini que sólo tiene para Ratafía. No hay duda de que no sabe lo que dice. No se lo tengo en cuenta. A las irrefutables pruebas de arriba me remito.