23 febrero, 2011

Diario neoyorquino (2011)

Nueva York, 22-02-2011


1. Pese a mis reiteradas visitas a la ciudad, nunca había prestado especial atención al desfile de inmensos cementerios que reciben al visitante que cubre por la autopista el trayecto entre JFK y Manhattan. Se antoja una chocante contradicción con lo que mejor define a NY: la energía, el movimiento, el bullicio, el ajetreo, la vida, en definitiva, acelerada, pasada de revoluciones.
Quizás como respuesta a la sensación de que, por mucho que la hayas recorrido y conozcas, NY nunca acaba de acogerte -ciudad que absorbe a todos en su remolino pero que no adopta a nadie- mi tratamiento de choque o ejercicio de descompresión avanzado de cara a integrarme rápidamente en ella consiste en comprarme "The New York Times" y entrar a leerlo en un diner (o, en su defecto, en una cafetería en la que puedas contemplar detrás de amplias cristaleras a los viandantes, encerrados dentro de sí mismos y con expresión hosca, cruzar apresurados las calles rebosantes de bolsas de basura, pisando el asfalto agrietado y minado de baches, y también los edificios rivalizando en verticalidad, como niños de acero y ladrillo buscando marcar con su cocorota una línea invisible en la inconmensurable pared azul del cielo). La combinación del pulido inglés periodístico del diario, el café aguado, el trasiego humano y la arquitectura desafiante provoca que al volver a poner el pie fuera la jungla recuerde más a un bosque.

2.Visita a la Morgan Library, santuario del afán bibliófilo de J.P. Morgan, el magnate de la banca cuya reverenciada figura resultaría incomprensible hoy que los de su gremio son vistos como adláteres de Satán. La biblioteca y su despacho, depositarios de joyas como estatuillas del Antiguo Egipto, una Biblia de Gutenberg o el original de la sinfonía nº 35 de Mozart quitan el aliento porque la ostentación que desprenden no ha borrado del todo la calidez, preservando asimismo un aire de reverencia por la sabiduría. Produce un impacto similar al de esa suntuosa mansión donde se rinde culto al arte que es la Frick Collection: una apestosa cantidad de dinero al servicio del buen gusto.En la segunda planta una exposición sobre diarios personales de Thoreau, Einstein y Charlote Brontë, entre otros, permite confirmar la exacerbación de la duda y la depresión en los genios, al tiempo que evidenciar un elemento que los hermana con la mayoría de los mortales: el despliegue de una horrenda caligrafía.

P.S.: Leo en "TNYT" que en Kabul apenas hay ascensores y que entre estos la mayoría no funciona, lo que tampoco importa puesto que el grueso de la población no los utiliza al desconfiar de su seguridad, lo que no resulta nada risible si tenemos en cuenta que no están obligados a pasar ninguna inspección. No deja de llamarme la atención que esta haya sido la primera noticia que se ha cruzado por delante de mis ojos en NY, seguramente una de las ciudades con un mayor índice de ascensores por cápita del planeta.